Al abrir los ojos, una delgada franja de luz se cuela por la cortina improvisada y atina sobre mi rostro. Es una luz fuerte; delgada, pero fuerte. Me enrollo en las cobijas y quedo nuevamente a oscuras, pero ya no puedo pegar los ojos. Me desenrollo, me levanto y pateo unos cascos de cerveza de camino al baño, donde vacío mi estomago con una prolongada, amarilla y ácida basca. Me paro frente al espejo y mis ojos inyectados de sangre, ven con horror mi resaca.
Con desgana, voy por mi ropa a la lavandería. La señora Giamatti, va entrando al complejo habitacional.
-Buenos días, señora Giamatti. -digo.
-Buenas tardes. -responde, con cierto tono de amonestación.
Salgo del edificio y al parecer casi es de noche. Nunca concibo el tiempo bajo estas circunstancias. Pero que se joda de todos modos, pinche zorra, señora Giamatti.
Lo que viene: $90.00, para la señora Herrera, heredera de la lavandería de tres generaciones.
-¿Noventa pesos, señora Herrera?
-Si joven, sin contar que una camisa estaba vomitada. Tuve que remojarla antes. -dice.
-¡Puta madre!
-¿Cómo dijo?
-Que se me hace tarde. Hasta luego señora Herrera. -repongo, dejo sobre el mostrador el monto exacto y desaparezco.
Maldita perra infecta, señora Herrera.
20081030
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